24 abril 2008

Ópera y gramática

Aunque últimamente he estado un tanto distraído con la disertación sobre la colocación de tildes en palabras compuestas y la repercusión de la crisis financiera en el precio y calidad de los panchitos en las terrazas preveraniegas, me veo en la obligación de reconocer el imparable avance la decadencia del lenguaje, y sí, es una decadencia, no una evolución; al menos así veo la sustitución y sobre todo la anulación de ciertos signos que tanto sentido aportan a una oración como son los interrogantes o admirativos al inicio de una oración, que si de por sí es molesta en un escueto mensaje de móvil, resulta dolorosa en el sobretitulado de una ópera. Me explico, hace unos días tuve el placer de disfrutar de La Boheme (nadie ha hecho ópera como Puccini) interpretada por una muy buena y disfrutando de otra mejor compañía, cuando para mi asombro, al abrirse el telón descubro un simpático letrero en el que se podían leer las traducciones de los textos a la par que los cantaban. Magnífico, pensé, para los que no conocemos el idioma de la presente, nos facilita el entendimiento de la trama. Lo primero que advertí es que no aparecían las tildes, pero entendí que era justificable por el tipo de caracteres que regían la pantalla, pero poco después comprobé que si había alguien detrás de aquella escritura era o bien un estudiante de la ESO o el destino mofándose de mí una vez más, no habían signos iniciales de admiración ni de interrogación. Hasta aquí hemos llegado, ni si quiera en la ópera se respeta la gramática ¿Qué será lo siguiente? Futbolistas hablando de política o quiosqueros recomendando retrovirales para aliviar las fiebres premenstruales, tal vez lo próximo sean homeópatas dando clases de química

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