07 mayo 2008

De pardillo por la vida

Lo cierto es que llevo ya unos cuantos lustros con esa sensación, la de ir de pardillo a todas partes y llegar en el momento menos oportuno. Todo empezó en el paritorio, ahí estaban todos con sus relucientes batas, sus gorritos, sus zuecos y hasta guantes llevaban los pimpollos, y cómo estaba yo, pues en pelota picada y embadurnado en sangre y algo aún más pringoso, desde luego que mi atuendo no era el adecuado pues nada más llegar trataron de atizarme (los muy cabrones). Pasaron un par de años de infructíferos intentos de comunicación con mis progenitores para tratar de llegar a cierts acuerdos de no agresión, pero como ya he dicho, no llegaron a nada, ellos hablaban en otro idioma y tuve que resetear mis primeros meses de vida, reestructurar mis planes y proyectos de comunicación verbal lo más rápido que pude, pero fue tarde, me mandaron a una especie de correccional o reformatorio para todos los que nos habíamos equivocado de lenguaje en los primeros años, creo que lo llamaban Colegio, era como una casa, una casa grande con pocos cuartos de baño, una señora para muchos niños y un montón de mesas iguales, no tenía tele y aquella señora enorme no venía nadie a preguntarle por la comida, cosa que no es de extrañar si tenemos en cuenta los coscorrones que atizaba cada vez que alguien abría la boca. Aquello era una desproporcionada casa con normas muy estrictas y a mi parecer poco funcionales, pero fue el sitio donde aprendí a pronunciar la “rr” que tan rabiosamente traté de evitar durante mucho tiempo y que un profesor es sólo un funcionario que muchas veces poco casi nada tiene que ver con alguien que enseña, no siempre era el caso (continuará...)

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